Mariposas en el estómago, mala sangre, tartamudeo, transpiración fría, temblores, celos en la nuca, insomnio, ataques de ira, llanto, fiebre... Estas son algunas de las contraindicaciones que vienen en el prospecto de ese medicamento que llaman amor. A veces quien quisiera ser homeopático y recurrir a otras formas: una mascota, un libro, una mamá, una religión, un papá. Pero no hay escape. Aunque nos cuidemos, indefectiblemente todos en algún momento caemos en cama fatalmente enamorados. Esta epidemia, está en el seno de la humanidad, pero jamás se expandió tanto como en la edad moderna. Para los griegos el amor no era una cosa eterna y tan problemática, todos los días podías enamorarte de un efebo o de una cortesana, incluso estando enamorado de tu esposa. Durante la edad media los matrimonios arreglados, inventaron el amor cortés, el amor romántico, ese amor que desgarra el pecho, oculto, poético, alejado del mundo. Este amor funcionaba porque las personas siempre quieren lo que no tienen. Y todos se enamoraban de aquel que no tenían al lado. Pero aunque el amor sea algo enfermo, tampoco la pavada, no se trata de derrumbar los sueños de Susanita de las chicas. Ni la afluencia de poesía en los hombres. El amor redefinido hacia la confianza, hacia la compañía, hacia ayudarse mutuamente, ese amor rinde como cinco litros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario