domingo, 27 de noviembre de 2011

¡Qué exquisito se siente dejar salir de nuestra boca un: "Yo te lo dije"!
Me encanta decirlo. Sentis cantidades incalculables de excitación y sabiduría brotar por tus cuerdas vocales, y el hecho más fascinante: la acción de dejarlo salir por tu boca, demostrando que tus intuiciones no fallaban. Quedate tranqui que a mi también me encanta decirlo.

Hace unos meses atrás escuche esa frase salir de la boca de mi madre "Yo te lo dije, Lucía. Pero no sabes escuchar." Ma, quiero contarte que si se escuchar, que de hecho te escucho más de lo que debería pero hay una cosa que vos no entendes, y que no entendemos cuando le refregamos nuestra válida intuición o viveza a quienes se equivocan. No entendemos que LA EXPERIENCIA NO ES TRANSMISIBLE y que, probablemente, necesitemos equivocarnos para entender.
Y esto no nace de un trillado razonamiento mio, esto es así. Ya desde chiquitos somos testarudos, cuando los bebés tienen un año y empiezan a caminar, tienen esa devoción por meter los dedos en el enchufe, o tocar la plancha enchufada, y vos les decís "No toques, que te vas a quemar" pero sin embargo se tiran de tackle a tocar el metal hirviendo, lloran y nunca más en lo que les reste de existencia van a tocar una plancha enchufada. Probablemente la próxima vez que vean algun tipo de metal caliente, lo manipulen con mucha precaución.
Porque también se trata de esa memoria sensorial, emotiva, de esos recuerdos que a veces quedan marcados en el cuerpo, y otras, en el corazón.
Ya de grandes mostramos menos vulnerabilidad a las pelotudeces, nos dicen "Che boluda, no te enganches con el chabón porque es un garca, te va a lastimar", vos haces cara de "te estoy escuchando, tenes razón" para dejar contenta a tu amiga pero lo que vas a hacer en realidad es ir a meterte a una pileta que puede tener el agua más cálida que hayas conocido en tu vida, los cocodrilos más carnívoros del mundo o, que, en el peor de los casos, esté vacía. Y si las cosas van mal, prometés y jurás por todas las princesas de Disney que nunca más vas a cometer un error así, que ya aprendiste; pero a veces, de a poquito y sin querer, mirás para todos lados y te das cuenta que estás metida en la misma pileta.
No importa cuantos chapuzones sean necesarios para entender que en esa pileta no te tenes que meter más, lo importante es que lo entiendas.

Entonces, si meterse a esa pileta sin saber que puede llegar a haber adentro es ser masoquista, entonces llamenme masoquista, porque me siento muy gustosa de tener la cabeza llena de chichones producto de haberme comido paredes, paredones y hasta el mismísimo Muro de Berlín. 
Lo bueno de cada golpe, es que te acordás como sucedió, y ahora ya vas a mirar con más cuidado el camino. Conoces los atajos, las trampas y los trucos. Llegado un momento ya sos todo un experto en aventura salvaje. 
Y esa experiencia te da la libertad de elegir con más conocimiento, y con más aceptación que nunca para decirle a tu amigo: "Ya te lo dije, me encanta equivocarme".

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